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TAXISTAS AL LÍMITE: Tarifas de hambre, extorsión y muerte… y un gobierno que se burla de sus cadáveres


Mientras el gobierno de Veracruz regatea miserables centavos en la tarifa mínima para el servicio de taxis, en las calles se está desatando una masacre silenciosa. Irma Hernández Cruz, una mujer de 62 años, maestra jubilada que trabajaba como taxista para sobrevivir, fue secuestrada por negarse a pagar cuota al crimen organizado. La exhibieron en un video, humillada, rodeada de sicarios armados, y después apareció muerta.

¿Y qué dijo la gobernadora Rocío Nahle? Que no la mataron: que “murió de un infarto tras unos golpes”. Como si los verdugos hubieran sido el colesterol. Como si la culpa no fuera del terror ni del abandono estatal, sino del corazón de una mujer que ya no pudo con el miedo. Qué conveniente. Qué infame.

En paralelo, en la Plaza Lerdo de Xalapa, un grupo de taxistas independientes —sin sindicatos vendidos ni líderes a sueldo— protestaron este viernes contra lo que llamaron “tarifas de hambre”. La actualización que propone el gobierno impone una tarifa mínima de 27 pesos, lo mismo que cuesta un litro de gasolina. “No alcanza para vivir”, gritan. “Nos están matando entre la miseria y el narco”. Este lunes planean paralizar la ciudad. Y no es amenaza, es un grito desesperado.

“El gobierno nos quiere pobres. El narco nos quiere muertos. ¿A quién le importamos?”, cuestionan los conductores que conforman lo que llaman la Resistencia Veracruzana. Un nombre que suena a lucha armada. Porque lo es, pero sin armas: su única trinchera es el volante y la esperanza de regresar vivos a casa.

Lo que está ocurriendo en Veracruz no es una crisis del transporte. Es una ejecución sistemática de la clase trabajadora más vulnerable, con el sello compartido del crimen organizado y la indiferencia institucional. Mientras Rocío Nahle se lava las manos diciendo que Irma no fue ejecutada, sino que se murió “del susto”, miles de taxistas se debaten entre trabajar para el narco, o morir por dignidad.

¿Qué clase de gobierno observa cómo asesinan a su gente y se atreve a escupir explicaciones como esa? ¿Acaso no es igual de cruel desentenderse del crimen que perpetrarlo?

Con cada muerte como la de Irma, con cada protesta ignorada, con cada tarifa que no alcanza ni para la gasolina, este gobierno está firmando una sentencia colectiva. El taxi, antes símbolo de trabajo honesto, hoy es ataúd rodante. Y si no hay un viraje radical, Veracruz se convertirá en el cementerio más grande de taxistas en América Latina.

Irma Hernández Cruz no murió de un infarto. Murió del miedo, de la violencia y del abandono. Y cada taxista que salga hoy a trabajar, lo hará con una bala invisible ya cargada contra su nombre.

¿Van a seguir fingiendo que no lo ven?R

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