Columna de opinión: Veracruz se hunde: entre la omisión del poder y la ley de la selva

Veracruz ya no se descompone: se ha desfondado. El tejido social está desgarrado, las instituciones colapsadas y el Estado —ese supuesto escudo colectivo— parece haberse licuado frente al miedo, la violencia y la impunidad. Lo que vivimos ya no es una crisis: es el resultado de años de simulación, corrupción y abandono sistemático.
¿Cómo explicar que un empresario arrolle y mate a sus extorsionadores en pleno centro urbano y no haya ni un solo detenido, ni un fiscal, ni una patrulla que aparezca a tiempo? ¿Cómo justificar que cada semana surjan nuevas víctimas —muchas veces anónimas— de un sistema que solo sirve a quien lo dirige y no a quien lo sufre?
El gobierno de Rocío Nahle cumple apenas cuatro meses y ya carga sobre sus hombros un Veracruz convertido en campo minado. La curva de homicidios ha escalado en ciudades clave como Coatzacoalcos, Poza Rica, Papantla y ahora Minatitlán, que se suman a la lista negra de un estado que perdió el control territorial. Mientras la clase política tuitea promesas, la gente guarda silencio en funerales o se arma de valor —literalmente— para sobrevivir.
El ataque al negocio “Jalisquito” en Minatitlán no es una anécdota más: es síntoma de una lógica torcida donde el ciudadano deja de creer en la justicia y toma decisiones desesperadas. La víctima mata, los victimarios mueren, el Estado desaparece… y nadie confía en nadie. Una tragicomedia sin actores honestos, donde el crimen se disfraza de autodefensa y la justicia parece un mito antiguo.
¿Dónde está el proyecto de seguridad prometido? ¿Quién responde por la pérdida del orden público? ¿Cuántos más tienen que morir para que alguien alce la voz desde Palacio de Gobierno y no desde una oficina climatizada en campaña permanente?
La violencia no es un fenómeno aislado, es consecuencia directa de una economía fallida, una educación ausente y una política convertida en botín. La Semana Santa inicia entre balazos, cuerpos, desapariciones y miedo. Y no es metáfora religiosa: es el viacrucis cotidiano de miles de veracruzanos que ya no tienen fe ni en sus gobernantes ni en sus instituciones.
Mientras tanto, los poderosos disfrutan del poder como si todo estuviera en orden. Pero el Veracruz profundo ruge, y ese rugido no se detiene con discursos.
Continuará…
Opinión de: Marco Antonio Palmero Alpirez
Reportaje Veracruzano