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El secuestro de Nimbe Escamilla: una joven estudiante desaparece en Tihuatlán, Veracruz, frente a la mirada impotente de sus padres

Tihuatlán, Veracruz — Bajo el sol de media mañana y frente al edificio donde sus padres sirven al municipio, Nimbe Escamilla, una joven de 18 años, fue secuestrada por hombres armados en el kilómetro 12 de Tihuatlán, Veracruz. La escena fue tan brutal como simbólica: la violencia golpeando en el corazón del poder local, con una impunidad que se ha vuelto rutina en vastas regiones del país.

Originaria de Poza Rica, Nimbe es estudiante y atleta; juega tochito en la escuela Lázaro Cárdenas, donde su comunidad la conoce como una joven entusiasta, comprometida y alegre. Su repentina desaparición ha estremecido no sólo a su familia, sino a una red entera de estudiantes, profesores, deportistas y ciudadanos que ahora reclaman justicia y respuestas.

Testigos afirman que los agresores actuaron con total control, sin que hubiera presencia de autoridades para impedir el crimen. Se desconoce aún el móvil del secuestro, pero las circunstancias —ocurrido justo frente a la presidencia municipal y con los padres de Nimbe adentro— han generado inquietud y sospechas profundas.

A pesar de la gravedad del hecho, las autoridades locales han ofrecido pocos detalles oficiales. El silencio institucional contrasta con la creciente presión ciudadana en redes sociales, donde el nombre de Nimbe ha sido compartido miles de veces bajo la exigencia de su pronto regreso. Las organizaciones civiles y educativas locales piden que no se archive el caso ni se normalice su dolor.

El llamado es urgente: quien tenga información que ayude a dar con el paradero de Nimbe puede comunicarse de inmediato al 911 o con las autoridades correspondientes.

En un estado golpeado por desapariciones forzadas y crimen organizado, el caso de Nimbe es uno más que pone en tela de juicio la capacidad del gobierno veracruzano para garantizar lo más básico: la vida, la libertad, y la dignidad de sus ciudadanos.

Mientras tanto, su madre y su padre —funcionarios públicos— siguen trabajando desde la misma oficina donde la vieron por última vez, sostenidos por la esperanza de volver a abrazarla.

Porque Nimbe no es sólo una joven secuestrada. Es el símbolo de una generación que vive con miedo, pero no está dispuesta a callar.


Redacción Reportaje Veracruzano

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