“Que no nos roben la fe”: el grito silencioso de Jáltipan que pide paz al sur de Veracruz

JÁLTIPAN, VERACRUZ.– No hubo gritos. No hubo consignas encendidas. Pero hubo algo más poderoso: lágrimas, cantos, pasos firmes y oraciones. En el corazón del sur veracruzano, donde el miedo se ha vuelto un huésped cotidiano, la comunidad católica de Jáltipan salió a las calles no para protestar con rabia, sino para abrazarse en medio de la incertidumbre y pedir, desde lo más profundo del alma, algo que parece haberse perdido entre balas, amenazas y ausencias: la paz.

No fue una marcha política. No fue una manifestación mediática. Fue una romería de fe, de madres que han tenido que enseñar a sus hijos a agacharse cuando suenan disparos, de maestros que siguen yendo a clases a pesar de saber que hay zonas a las que es mejor no entrar, de niños que han cambiado los juegos por rezos. Fue una caminata de humanidad. De dignidad.

Los fieles recorrieron las calles del municipio guiados por los representantes de la Iglesia, bajo el cielo nublado y el murmullo de oraciones. Cada paso era un acto de resistencia: contra la violencia, contra la indiferencia, contra el olvido institucional. En sus cantos no había odio, había súplica. En sus miradas no había resignación, había coraje silencioso.
Durante la jornada, los sacerdotes bendijeron a los maestros y estudiantes, los más vulnerables entre la maraña de violencia que ha hecho del sur veracruzano una zona de riesgo. ¿Cuántas veces se ha tenido que suspender clases por miedo? ¿Cuántos sueños truncados por la inseguridad?
El mensaje fue claro y fuerte, aunque susurrado entre lágrimas: Ya no basta con patrullas que solo aparecen tras el horror. Ya no es suficiente con discursos huecos de “no pasa nada”. La gente pide empatía. Pide presencia real. Pide voluntad. Y sobre todo, pide que no le arrebaten la esperanza.

La paz no llegará por decreto, ni por campañas. Pero quizá —y solo quizá— pueda comenzar en esos pasos lentos, en esos cantos suaves, en esas manos unidas que, sin armas, siguen creyendo que un mejor sur es posible.
Hoy, Jáltipan caminó. Y con él, también caminó la esperanza.