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Ejecutan a tiros a pareja de abuelitos en Tantoyuca

Tantoyuca, Ver. – La comunidad de Lagartos, Chilapérez, fue sacudida la noche de este domingo por una escena dantesca: una pareja de abuelitos, identificados como Nino Cruz (65 años) y Amalia Soto (60 años), fue brutalmente ejecutada a las afueras de su hogar. Amordazados, con el tiro de gracia y un nivel de saña inhumano —el rostro de la mujer fue destrozado a golpes—, los cuerpos quedaron expuestos como un mensaje de poder, control y terror.

La alerta se encendió alrededor de las 20:10 horas con la activación del código rojo. Sin embargo, pobladores señalan que los cadáveres llevaban horas en el lugar y que el aislamiento de la zona y la falta de señal telefónica retrasaron el aviso. Esa ventana de impunidad sirvió para que los asesinos huyeran sin rastro.

Primero llegó el Ejército Mexicano, después la Policía Municipal y Estatal, y finalmente la Ministerial con peritos forenses. De nuevo, el Estado llegó tarde y mal, como en un ritual repetido de simulación: recoger casquillos, tomar fotografías y levantar cuerpos, mientras la violencia sigue campando con absoluta libertad.

La pregunta es inevitable: ¿qué mensaje está enviando el crimen organizado al ensañarse contra ancianos indefensos? Este acto no es un simple homicidio, es un grito de poder mafioso en una región donde la autoridad parece arrodillada. El tiro de gracia no solo fue para las víctimas: fue un tiro simbólico a la credibilidad de un gobierno estatal que ha permitido que Veracruz se hunda en una espiral de terror.

La comunidad de Lagartos hoy está paralizada por el miedo. Nadie habla, nadie acusa, porque saben que en Veracruz denunciar es firmar la propia sentencia de muerte. Mientras tanto, la gobernadora, las corporaciones de seguridad y la Fiscalía se limitan a lo de siempre: comunicados vacíos, cifras maquilladas y promesas rotas.

Lo ocurrido en Tantoyuca no es un hecho aislado. Es otro capítulo sangriento de una guerra silenciosa en la Huasteca veracruzana, donde la gente ya no distingue si la autoridad es cómplice, ciega o cobarde.

El asesinato de Nino y Amalia no solo desgarra a una familia, sino que exhibe con crudeza el colapso de la seguridad pública en Veracruz. La violencia no descansa, y cada nuevo crimen es un recordatorio de que el Estado ha perdido el control.


Redacción Reportaje Veracruzano

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