Córdoba, Ver.— La violencia volvió a desnudar la fragilidad de la seguridad en la región: una madre y su hija fueron atacadas a balazos la noche del viernes 15 de agosto en la localidad de La Patrona, municipio de Amatlán de los Reyes, por un sujeto que, según los primeros informes, se encontraba en completo estado de ebriedad.

El ataque fue brutal y directo: ambas mujeres recibieron impactos de bala en las extremidades inferiores. Malheridas y en shock, lograron escapar en un vehículo hasta llegar a la avenida 7, entre calles 7 y 9, a espaldas del parque Madero, en pleno corazón de Córdoba, donde finalmente fueron auxiliadas.

La escena exhibió la crudeza del abandono institucional: policías municipales acudieron para resguardar a las víctimas, mientras técnicos en urgencias médicas lograban estabilizarlas antes de su traslado al Hospital General de Córdoba, el otrora Civil Yanga. La Fiscalía Regional y agentes ministeriales llegaron después, cuando la tragedia ya estaba consumada, limitándose a abrir una carpeta de investigación como si eso bastara para contener la violencia.

El agresor, señalado como un hombre armado y ebrio, logró escabullirse sin mayor resistencia. ¿Cómo es posible que un individuo en esas condiciones pueda desatar el terror en una comunidad entera y desaparecer sin dejar rastro? ¿Dónde están los operativos, los retenes, los filtros de seguridad que tanto presume el Gobierno estatal y municipal?

Este ataque no es un hecho aislado, sino otro síntoma de un Veracruz que sangra todos los días, donde el tejido social se rompe a tiros y la justicia se limita a redactar carpetas de investigación. El nombre del presunto agresor aún no se ha hecho público, lo que abre la sospecha: ¿se le protege?, ¿se encubre su identidad?

Mientras tanto, una madre y su hija cargan ahora con heridas que no solo marcarán sus cuerpos, sino también la memoria de una ciudad donde la violencia ha dejado de ser noticia para convertirse en rutina.

Redacción Reportaje Veracruzano