Veracruz se ahoga y Nahle sonríe: el cinismo de una gobernadora desconectada del desastre

Por Redacción Reportaje Veracruzano
Poza Rica, Ver.— Mientras el norte de Veracruz se hundía bajo la furia del agua, la gobernadora Rocío Nahle prefirió refugiarse en el discurso. Desde un podio seco, lejos del lodo y del miedo, dijo con desparpajo que lo ocurrido en el río Cazones “solo fue un ligero desbordamiento”.
Ligero, repitió, mientras familias dormían sobre techos, niños eran rescatados en balsas improvisadas, y el Ejército Mexicano tomaba el control de la emergencia ante la parálisis del gobierno estatal.

La escena fue obscena: una mandataria molesta con la prensa por preguntarle lo que todos piensan. ¿Por qué Veracruz sigue sin obras de prevención? ¿Por qué no hay infraestructura básica ante cada temporal? ¿Por qué la historia se repite cada año, con los mismos damnificados y el mismo discurso vacío?
La respuesta de Nahle no fue técnica ni humana: fue arrogante. Se enfadó, evadió, y se fue.

En Poza Rica, Papantla, Cerro Azul y Huayacocotla, la lluvia no solo desbordó los ríos: desbordó la paciencia. “Uno ya no sabe si llorar o reír —dice una vecina de Papantla—. Mientras ella dice que todo está bien, aquí estamos sacando el agua con cubetas.”

El desastre de estos días no es culpa del clima. Es culpa de la miopía política y la soberbia institucional. Nahle no entiende Veracruz porque no lo siente. Lo mira desde un helicóptero, desde la distancia cómoda de quien cree que gobernar es posar para la cámara.
Pero el pueblo lo ve distinto. En los barrios anegados, no hubo gobierno, hubo vecinos ayudándose entre sí. No hubo funcionarios, hubo soldados. Y no hubo empatía, hubo silencio.

La desaparición del FONDEN, el fondo de desastres naturales, dejó al estado sin respaldo. Pero lo que verdaderamente lo dejó sin defensa fue tener a una gobernadora que no conoce la tierra que pisa.
Cada gota de agua que cae sobre Veracruz desnuda la mentira del “amor al estado” que Nahle gritaba en campaña. Porque amar a Veracruz no es decirlo, es mojarse los pies junto a su gente.

Hoy, el norte veracruzano no necesita discursos: necesita un gobierno.
Y lo que ve desde el lodo es la prueba más amarga de que a Rocío Nahle el cargo le queda grande.
Entre tanto silencio y tanto dolor, solo una pregunta resuena entre el agua:
¿cuántas tragedias más deberán llamarse “ligeras” para que esta gobernadora aprenda lo que significa gobernar?
Redacción Reportaje Veracruzano