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ÁLAMO, CAMPO DE EJECUCIÓN: DOS MUERTOS EN 48 HORAS, AÑOS DE IMPUNIDAD Y UN GOBIERNO QUE SE VA SIN RESPONDER POR LA SANGRE

Álamo Temapache ya no es un municipio en crisis: es un territorio donde la violencia se volvió rutina y el Estado, espectador. La ejecución de Luis Adrián E. M., de apenas 22 años, asesinado a balazos frente a su casa en la colonia Unidad y Trabajo la noche del 9 de diciembre, no es un hecho aislado. Es la confirmación brutal de que en Álamo matar es fácil, huir es seguro y la autoridad llega tarde… si es que llega.

Vecinos escucharon las detonaciones. Dos, quizá más. Después, el silencio. Ese silencio que ya no indigna como antes porque se repite demasiado. Minutos después, patrullas, soldados, acordonamientos. El mismo guion de siempre. Los agresores, otra vez, se esfumaron sin resistencia, sin persecución real, sin consecuencias.

Lo verdaderamente escandaloso no es solo este crimen, sino su contexto inmediato: un día antes, a escasa distancia, fue ejecutado José Alberto S., “Beto Santander”, un hombre en silla de ruedas, asesinado a plena luz del día, frente a una escuela, en el centro del municipio. Dos homicidios en menos de 48 horas. Dos escenas distintas. La misma impunidad absoluta.

La violencia como norma, la autoridad como ficción

En Álamo ya no se respeta nada: ni la juventud, ni la discapacidad, ni los horarios, ni los espacios públicos. Se mata de día o de noche, en colonias o en zonas céntricas, frente a casas o escuelas. Y no pasa nada.

Este patrón no nació ayer. Desde 2024, Álamo viene acumulando episodios que exhiben un colapso total de la seguridad pública. Ahí está el caso de Roxana Almazán, joven madre de 24 años, ejecutada en agosto del año pasado mientras pedía ayuda. Ahí están los secuestros, los cobros de piso, los vehículos abandonados, el miedo instalado como forma de vida.

Y, sobre todo, ahí está el nombre que se repite en cada omisión: Blanca Lilia Arrieta Pardo.

Un mandato que termina, una deuda de sangre que queda

La alcaldesa se va. Su administración está en los últimos días. Se va sin haber podido, o querido, frenar la violencia. Se va dejando un municipio más roto, más temeroso y más ensangrentado que cuando llegó. Su silencio sistemático ante los crímenes, su incapacidad para dar explicaciones y su fracaso en materia de seguridad no son opinión: son hechos acumulados, cadáver tras cadáver.

Hoy, Álamo cierra este ciclo político con dos ejecuciones en 48 horas. Un símbolo brutal de lo que fue su gobierno: reacción sin prevención, discursos sin resultados, cintas amarillas sin justicia.

¿Y ahora qué?

Ganó la alcaldía Pepe Arenas. La pregunta no es si puede hacerlo mejor que Blanca Lilia Arrieta Pardo —eso ya es un listón peligrosamente bajo—, sino si podrá romper la lógica de terror que se normalizó. Porque la violencia que hoy azota Álamo no es coyuntural: es estructural, alimentada por años de abandono institucional y por la expansión de redes criminales que operan sin oposición real.

El caso de la maestra Irma Hernández Cruz, extorsionada y asesinada en el norte de Veracruz, expuso a nivel nacional lo que en Álamo se vive desde hace tiempo: el poder criminal manda más que el gobierno, la extorsión crece, los homicidios no se resuelven y la gente teme denunciar porque sabe que está sola.

En México, el 90% de los homicidios queda impune. En Álamo, esa estadística no es un número: es una sentencia cotidiana.

Hoy fue Luis. Ayer fue Alberto. Antes fueron Roxana, Irma y muchos más.
Blanca Lilia Arrieta Pardo se va.
Pero la violencia que no supo contener se queda.

Y si el nuevo gobierno no rompe con esta inercia de miedo e impunidad, Álamo no cambiará de capítulo: seguirá escribiendo el mismo relato de sangre, solo con otros nombres al final.

Redacción Reportaje Veracruzano

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