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Poza Rica bajo fuego: balaceras, ponchallantas y cateos destapan otra noche de terror e impunidad

Poza Rica, Ver., 20 de agosto de 2025. – La ciudad petrolera volvió a ser rehén de la violencia. En menos de tres horas, un policía estatal fue emboscado a balazos, decenas de automovilistas quedaron varados por ponchallantas en vías estratégicas, un vehículo con impactos de bala apareció abandonado en un campo deportivo y una vivienda fue cateada en medio del hermetismo oficial. Una secuencia de hechos que, más que un operativo de seguridad, se sintió como una declaración de poder del crimen organizado sobre las calles de Poza Rica.

El reloj marcaba las 20:00 horas cuando el bulevar Adolfo Ruiz Cortines, a la altura de la colonia Lázaro Cárdenas, se convirtió en escenario de una cacería. Un policía estatal, que viajaba en un Chevrolet particular con placas de Puebla, fue interceptado por hombres armados que se desplazaban en un Aveo disfrazado como taxi de la Ciudad de México. Las ráfagas de fuego obligaron a los transeúntes a tirarse al piso. El uniformado sobrevivió, auxiliado primero por un paramédico voluntario y después trasladado de urgencia en una patrulla de la SSP. El parte oficial asegura que está fuera de peligro.

Pero mientras las sirenas sonaban, otro frente de terror se abría. Automovilistas comenzaron a denunciar en redes la presencia de ponchallantas en el distribuidor vial que conecta con Coatzintla y en el acceso Tihuatlán–Poza Rica, a la altura del puente Cazones II. Estrellas metálicas tiradas deliberadamente reventaron llantas, detuvieron autos y sembraron pánico entre familias que solo intentaban llegar a casa. Una decena de conductores afectados pasaron de la frustración mecánica al miedo existencial: en Poza Rica, la carretera también se volvió campo minado.

Casi en paralelo, en los campos deportivos Delio Sánchez, colindantes con el fraccionamiento Hidalgo, apareció abandonado un Chevrolet Aveo blanco con múltiples impactos de bala. Todas las pistas apuntaban a que era el mismo vehículo utilizado en el ataque al policía. El Ejército acordonó el área, la Policía Estatal montó guardia, y la Fiscalía llegó para “recabar indicios”. La narrativa oficial volvió a repetir el guion de siempre: investigar, asegurar, prometer.

La tensión escaló todavía más cuando, bajo un despliegue militar y policiaco, se cateó una vivienda en el fraccionamiento Los Laureles. El hermetismo fue total. Versiones extraoficiales señalan que la inspección estaba relacionada con la agresión armada de esa noche y con una familia que había sido perseguida por desconocidos. Lo cierto es que Poza Rica se convirtió en un tablero de guerra donde la población no era más que pieza desechable.

Y sin embargo, a pesar del caos sincronizado —un ataque directo a un policía, bloqueos con ponchallantas, un vehículo abandonado y cateos posteriores—, al cierre de la jornada no hubo detenidos. Ni uno solo. El operativo, por más vistoso que se pretendiera, terminó siendo un despliegue reactivo que dejó a la ciudad con la misma incertidumbre de siempre: ¿quién manda en Poza Rica, las instituciones o el crimen?

La noche del 19 de agosto dejó claro que los delincuentes no solo saben en qué punto golpear, sino también cómo exhibir la fragilidad del Estado. A un costado de los bulevares principales, mientras los ciudadanos cambiaban neumáticos reventados y los soldados cercaban viviendas, Poza Rica volvió a vivir la pregunta que ya parece costumbre: ¿hasta cuándo la violencia será rutina y la impunidad, la única respuesta?


Redacción Reportaje Veracruzano

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