EL REGRESO DE AMLO: EL FANTASMA QUE NO SE QUIERE IR

Andrés Manuel López Obrador reapareció y no precisamente como un jubilado contemplativo: regresó como una advertencia viviente. Como el “petate del muerto” político con el que se amenaza a quienes no se alineen a su voluntad. AMLO no volvió para opinar: volvió para intimidar.
Su mensaje es transparente para quien se atreva a leer entre líneas:
si el país no sigue el guion que él dejó escrito, él regresará.
No como expresidente, sino como el poder real que nunca aceptó dejar.
Las tres “razones” que dio para volver son, en realidad, tres mecanismos de presión:
1. “Defender la democracia”
Traducción literal: si Morena empieza a perder elecciones o si la ley electoral no se escribe tal como él quiere, se descolgará de su retiro para “salir a la calle”.
Es decir, la democracia solo vale si gana su movimiento.
Cualquier otro resultado es una amenaza que justifica su retorno.
2. “Defender la soberanía”
La frase que soltó es tan ambigua como peligrosa. ¿De verdad está insinuando que, si Estados Unidos interviene contra el crimen organizado, él se pondría al frente de la defensa? ¿Al frente de quién?
¿De los mexicanos… o de los grupos criminales a los que nunca tocó?
La soberanía, en boca de AMLO, se convierte en un escudo personal para volver cuando le convenga.
3. “Defender a Claudia Sheinbaum”
La joya de la corona.
Bajo la excusa de proteger a la presidenta, envía un mensaje brutal: él sigue siendo el jefe.
Sheinbaum gobierna, sí, pero bajo la sombra del hombre que ahora advierte que regresará si alguien se atreve a criticarla demasiado.
No es respaldo: es sometimiento.
Y aun así, sin sonrojarse, en el video de presentación de su libro “Grandeza” jura que no está “detrás del trono”, que no busca ser “cacique, caudillo o jefe máximo”.
¿A poco?
Con declaraciones así, lo único que no hace es disimularlo.
Lo que AMLO está construyendo no es una figura moral que vigila la transformación desde su retiro:
es una amenaza política permanente, una reserva de poder personal lista para activarse cuando, según su criterio, el país se desvíe de su doctrina.
No se trata de proteger la democracia, la soberanía o a la presidenta.
Se trata de proteger su legado, su narrativa, su control.
Mientras siga lanzando advertencias disfrazadas de principios, México no tendrá expresidentes: tendrá caudillos en pausa, líderes mesiánicos que amenazan con regresar si el país no se arrodilla ante su proyecto.
El regreso de AMLO no es una posibilidad remota.
Es su manera de decir:
“Yo sigo aquí. No se equivoquen.”
Y eso, en una nación que intenta reconstruir su institucionalidad, es más inquietante que cualquier libro que pretenda promover.
Columna de Opinión Reportaje Veracruzano



