▲ Fotograma de la cinta Perdidos en la noche, de Amat Escalante.
C
uando Emiliano (Juan Daniel García Treviño) procura dar con el paradero de su madre Paloma (Vicky Araico), al parecer desaparecida por la policía debido a su labor de activista en contra de los manejos turbios de una compañía minera extranjera coludida con intereses locales, el joven se enfrentará a una serie de calamidades que pondrán en peligro su vida. Nada particularmente novedoso en esta enésima historia sobre la búsqueda de personas desaparecidas en zonas del territorio nacional asoladas por la corrupción y el crimen organizado, excepto que esta vez los protagonistas depredadores no son ya los habituales narcotraficantes, sino una familia adinerada integrada por la exuberante Carmen (Bárbara Mori), exitosa cantante de televisión; su hija, influencer adolescente, Mónica (Ester Expósito); y el amante de la primera, Rigoberto (Fernando Bonilla), un artista vanguardista más interesado en el dinero fácil que en el impulso transgresor de dotar de glamur, en videos o en instalaciones, a situaciones de una violencia extrema.
Esta premisa narrativa, tan propia de un thriller, es el punto de partida de Perdidos en la noche (2023), el largometraje más reciente de Amat Escalante, trabajo que sorprende por el brusco cambio estilístico que en él opera el cineasta respecto a lo que hasta hace poco ha sido el sello distintivo de su cine y en definitiva su atractivo principal: la descripción muy gráfica de la violencia que impera en México, siempre a través de un lenguaje de sobriedad impecable, próximo a una apuesta formal minimalista, emparentado con los trabajos de Carlos Reygadas, Michel Franco o Lorenzo Vigas, sin el recurso a una narrativa convencional (por el contrario, a menudo desconcertante), con la complicidad de intérpretes no profesionales, y sin la participación innecesaria (en tanto incierto señuelo para la taquilla) de reconocidas figuras mediáticas.
En la estrategia narrativa que ha elegido Escalante para Perdidos en la noche, tal vez haya contribuido, de algún modo, su participación como director en varios capítulos de la serie televisiva Narcos: México (Carlo Bernard / Doug Miro, 2018 / 21), en los que pudo afinar su gusto por el género de acción y refrendar un punto de vista personal y crítico sobre los efectos desastrosos de la violencia y la corrupción encarnada en un amplio espectro del cuerpo social. Emiliano será en la cinta un testigo directo del clima de decadencia moral que lentamente va carcomiendo, uno a uno, a los miembros de un cerrado clan familiar. Es en la minuciosa observación de estos personajes, en especial en la tóxica relación de una madre aspiracionista con una hija que con languidez sigue sus pasos, donde el también director de Sangre (2005), reafirma su indiscutible talento para la disección social. Y tan contundente es su manera de construir sus personajes y crear atmósferas de ansiedad y miedo ( La región salvaje, 2016), de crueldad y sadismo en el engranaje fatal que viven y comparten unas víctimas y sus verdugos ( Heli, 2013) o la tensión contenida y exasperante, próxima al cine de Michael Haneke, en un duro asedio criminal ( Los bastardos, 2008), que algunos de los seguidores del director no podrán menos que sentirse desconcertados ante las vacilaciones y los cabos sueltos de un thriller que mucho promete y cohesiona poco, con denuncias truncas de una corrupción empresarial o de un fanatismo religioso (la secta de los Aluxes) como frágiles soportes narrativos, y ante escenas de humor involuntario como la persecución policiaca en lancha a un Emiliano providencialmente invulnerable, rematado todo con un rotundo final feliz digno de cualquier otro cineasta infinitamente menor al realizador de aquel memorable Heli. En Perdidos en la noche, Amat Escalante se aventura en los terrenos pantanosos de un cine de acción en maridaje complicado con su interesante propuesta de autor.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional Xoco a las 20:45 horas.
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