P
ablo Hermoso de Mendoza salió triunfador en la corrida del 78 aniversario de la Plaza México, en la que se despidió de los toros con un éxito rotundo. Desde 2000 sigo sus corridas y hago aquí una síntesis en la que menciono los aspectos que más resaltaron en él:
Hermoso de Mendoza, triunfador indiscutible desde hace 25 años en la Plaza México, tuvo lo más difícil de todo artista: personalidad y estilo propio. El rejoneador navarro ofreció al aficionado dos personajes simultáneos. El primero simple e interesante fue el dominio de la técnica, el oficio. El segundo, su originalidad. En el primer plano, lo que representaba, y, en otra idea, lo que sugería emanación directa de su propia personalidad.
Evocar e invocar en el ruedo otras imágenes, otros caracteres de su temperamento historia, la vida.
Pablo Hermoso pudo expresar su vida interior frente al toro; era su manera de torear y su personalidad.
Pablo Hermoso de Mendoza, triunfador indiscutible de la temporada de toros en la Plaza México, posee el don más difícil de todo artista, el de tener personalidad y estilo propios. El rejoneador navarro ofreció al aficionado dos personajes simultáneos: el primero, siempre interesante, fue el dominio de la técnica, el oficio; el segundo, el de su originalidad.
En el primer plano lo que representaba; en otro, ideal, lo que sugería. Emanación directa de su propia personalidad, capaz de evocar e invocar en el ruedo otras imágenes, otros caracteres de su temperamento e historia, la vida interior, el dramatismo.
Al poder expresar su vida interior frente al toro, en don Pablo aparecía ese arte de tensión, más que de expansión; insinuante y contenido, mejor que el explosivo y rotundo, distanciado en inalterable buen gusto de todo lo ostentoso y artificial, para alcanzar en los momentos desgarrados del encuentro con la muerte, representada en los pitones de los toros, la escueta emoción de la verdad, sin gesticulaciones, ademanes ni grandilocuencias.
En el fondo, arte de expresión tranquila y ritmo lento en el temple que le daba el mando, pero cálidamente viril. Refinamiento sensual y adornado por penetrante dramatismo que era pasión que se comunicaba al tendido, la dignidad del juego con lo cual nos permite aproximarnos como aficionados a una ilusión cada vez más difícil de lograr y que es, en general, la función del arte.
La de escapar de la vulgaridad cotidiana improvisando un viaje a lo lejano, a la fantasía. Lo contrario de la repetición monótona domingo a domingo de faenas con base en derechazos con el pico de la muleta, echando fuera al toro que nos confronta con la rutina de la vida diaria.
Por ello agradecemos a los artistas como Hermoso de Mendoza esas ráfagas de arte que nos sacan de lo cotidiano y nos abren el mundo de las fantasías a otro horizonte. Lo que representa uno de los mayores alicientes en la fiesta brava. Ese toreo quebradizo a caballo en que se dormía y entraba en el país de los sueños llenó de imágenes extraordinarias, tan frenéticas como fantasmales, en las que ejercía la plenitud del clasicismo en el toreo. Allí donde vive la tradición de la fiesta brava.
Otra vez repitió en su despedida la expresión de su interioridad frente al toro.
¡Cuántos lo han buscado! Pero muy pocos lo han logrado.
Los toros de los Encinos se prestaron para su lucimiento en la despedida.
Pablo Hermoso fue un maestro del rejoneo; además, acabó amexicanado.
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