Tortillería Yamileth cierra bajo el yugo de la extorsión en Minatitlán

MINATITLÁN, VERACRUZ — En la colonia El Palmar, donde el aroma a maíz recién molido solía ser la banda sonora de la vida cotidiana, la tortillería Yamileth, un negocio familiar que durante 15 años fue pilar de sustento y comunidad, ha cerrado sus puertas para siempre. No fue la competencia ni la crisis económica lo que mató a este pequeño bastión de tradición mexicana, sino una fuerza más insidiosa y letal: la extorsión de la delincuencia organizada, que opera con impunidad en un México donde el miedo se ha convertido en moneda corriente.
Los propietarios, cuyos nombres omitimos por su seguridad, recibieron hace semanas una llamada que cambió sus vidas. Al otro lado de la línea, una voz fría les exigió 20 mil pesos mensuales como “derecho de piso”. No era una simple amenaza anónima; los extorsionadores sabían todo: los nombres de su esposa, esposo, hijos y hasta los abuelitos. Cada detalle recitado era una daga de terror clavada en el corazón de una familia que había invertido sudor, sueños y patrimonio en su tortillería. “Sabían dónde vivimos, quiénes somos. No teníamos opción”, confesaron los dueños, con la voz quebrada por la impotencia.

El cierre de Tortillería Yamileth no es un caso aislado, sino un síntoma de una enfermedad que carcome el tejido social y económico de México. En Minatitlán, como en tantas otras ciudades, la delincuencia organizada ha convertido la extorsión en un modelo de negocio sofisticado y brutal. Según datos de la plataforma periodística CONNECTAS, el cobro de piso se ha normalizado en urbes como Cancún, donde comerciantes viven bajo el constante chantaje de grupos criminales. En el sur de Veracruz, la historia se repite: negocios que cierran, familias que huyen, comunidades que se desintegran.
Lo que hace aún más desgarrador el caso de Yamileth es la indiferencia de las autoridades. Los dueños, desesperados, buscaron ayuda, pero encontraron puertas cerradas y promesas vacías. Sin protección ni garantías, tomaron la decisión más dolorosa: apagar las máquinas, despedir a sus cinco empleados —pilares de otras familias— y abandonar el negocio que representaba no solo su sustento, sino su identidad. “Quince años de esfuerzo, de levantarnos antes del amanecer, de servir a nuestra gente… todo se lo llevaron ellos”, lamentaron.
Este no es solo el epitafio de una tortillería. Es la crónica de un país donde los ciudadanos enfrentan un dilema imposible: pagar a los criminales o arriesgar la vida. En Minatitlán, los negocios que resisten lo hacen bajo un silencio cómplice, mientras otros, como Yamileth, se convierten en fantasmas de una economía asfixiada por el crimen. La pregunta que resuena en las calles vacías de El Palmar es inescapable: ¿hasta cuándo permitirá el Estado que la delincuencia dicte quién vive, quién trabaja y quién sueña?
La tortillería Yamileth ya no abrirá sus puertas. Pero su cierre debería abrir los ojos de una nación que no puede seguir normalizando el terror como precio de existir.
Redacción Reportaje Veracruzano