Un océano de sabor: Alvarado cocina identidad, tradición y comunidad en el Festival del Arroz a la Tumbada más grande del mundo

En su edición número 31, el municipio veracruzano transformó el fogón en fiesta, y el platillo en patrimonio vivo de todo un pueblo.
Por: Reportaje Veracruzano | Corresponsalía de Cultura y Tradición
Álvarado, Veracruz. — El aroma a mar, a epazote, a hoja santa y a tomate hirviendo invadió las calles desde temprano. Era domingo, 25 de mayo, y Álvarado no solo despertaba a una nueva jornada festiva, sino a una declaración de identidad colectiva. Porque aquí, en este rincón de la costa veracruzana, cocinar arroz a la tumbada no es solo preparar un platillo: es narrar una historia de origen, resistencia y orgullo.
El Festival del Arroz a la Tumbada celebró su edición número 31 con la preparación del que ya se reconoce como el arroz a la tumbada más grande del mundo. Y aunque los récords llaman la atención, es la emoción lo que se queda: familias enteras reunidas, manos comunitarias removiendo enormes cazuelas, mariscos vivos que se entregan al fuego como parte de una liturgia pagana y sagrada.
Desde las 11 de la mañana, los restauranteros locales comenzaron su danza culinaria: camarón, jaiba, almeja, pulpo y caracol, todo sumergido en el rojo intenso de un caldo que sabe a mar y a memoria. El acuyo, el epazote y el laurel hacían lo suyo, susurrando recetas heredadas entre generaciones de cocineras y cocineros veracruzanos.
Pero el arroz a la tumbada no solo se come: se canta, se baila, se celebra. Porque este festival es parte esencial de las Cruces de Mayo, una tradición que hermana lo espiritual y lo festivo, lo religioso y lo pagano. Al ritmo de jaranas y sones, entre altares floridos y bailes populares, el pueblo reafirma su vínculo con la tierra y el mar, con lo que somos y lo que fuimos.
Para quienes no lo saben, el arroz a la tumbada no nació en las cocinas de chefs ni en libros de recetas. Nació en las lanchas, en los fogones improvisados de los pescadores, en la necesidad de nutrir el alma y el cuerpo en un solo bocado. Por eso, cada edición de este festival es más que un evento turístico: es una forma de resistencia cultural.
Mientras los turistas aplauden y los cronistas levantan la ceja, el pueblo de Álvarado recuerda con orgullo que su gastronomía no es moda, sino raíz. Y en esa raíz arde el fogón que cada año nos recuerda que lo veracruzano no se explica: se vive, se saborea, y se celebra.
Redacción Reportaje Veracruzano