¡Peligro de inflación!:Los billetes del silencio: los 20 mil pesos que huelen a imprenta, tras la inundación

Por: Marco Antonio Palmero Alpírez
En Veracruz, la ayuda llegó envuelta en un silencio incómodo y en billetes recién nacidos.
Poza Rica y Álamo fueron testigos de un espectáculo que parece más ritual político que acto humanitario: miles de damnificados formados bajo el sol, recibiendo sobres con veinte billetes de mil pesos, todos completamente nuevos, aún con el brillo de la tinta fresca.
Las autoridades lo llamaron apoyo.
Los economistas lo llaman sospecha.
El pueblo, simplemente, lo llama raro.
Porque ningún programa social transparente reparte millones en efectivo con billetes recién salidos de la Casa de la Moneda. Y menos aún cuando no existe un solo documento público que explique de qué partida presupuestal salieron esos recursos. Ni oficio, ni clave de gasto, ni número de transferencia. Solo fotos propagandísticas y discursos reciclados sobre la “solidaridad del gobierno”.
¿De dónde salió ese dinero?
Esa es la pregunta que retumba, incómoda, entre los fajos de billetes nuevos.
La Secretaría de Bienestar asegura que se trata de fondos federales para damnificados. Pero el Banco de México no ha informado de ninguna emisión extraordinaria ni aumento en la circulación de billetes de mil pesos. Y, para colmo, el dinero fue entregado en efectivo, mano a mano, sin trazabilidad bancaria, sin dispersión digital, sin control financiero verificable.
¿Acaso la Tesorería de la Federación decidió imprimir efectivo para “aliviar la emergencia”?
¿O estamos ante algo más peligroso: una emisión paralela, sin respaldo fiduciario, disfrazada de política social?
Si la hipótesis parece extrema, la escena la vuelve plausible.
Porque cuando los billetes que llegan a las manos del pueblo están impecables, sin doblez, sin desgaste, recién cortados, algo no cuadra.
La circulación natural del dinero siempre deja marcas: arrugas, suciedad, historia. Pero estos billetes no tenían pasado; nacieron directamente para la foto.
Y ese detalle visual es devastador: un mar de billetes nuevos, brillando en las manos de los pobres, mientras el gobierno calla.
Ni Banxico, ni Hacienda, ni la gobernadora Rocío Nahle, ni la secretaria Ariadna Montiel han ofrecido una explicación técnica sobre el origen de los fondos. No se ha publicado la clave presupuestal, ni el documento que respalde la extracción del efectivo. Nadie responde quién autorizó, quién trasladó y quién custodia ese dinero.
Y mientras el silencio se alarga, el rumor crece.
En Veracruz ya se habla de “dinero fantasma”, de “billetes impresos sin respaldo”, de “dinero electoral disfrazado de auxilio”. Tal vez exageraciones, tal vez intuiciones colectivas… pero intuiciones que nacen de una certeza amarga: cuando un gobierno no explica el origen de su dinero, está jugando con fuego.
Porque si los billetes se imprimieron fuera de control, lo que viene no es ayuda, sino inflación.
Y la inflación es el impuesto más cruel que existe: el que pagan los pobres cuando el Estado se cree dueño del valor del dinero.
Ningún gobierno puede crear riqueza imprimiendo papel.
Solo puede crear pobreza encareciendo la vida.
La escena de los billetes nuevos debería ser motivo de indignación nacional.
¿De qué sirve presumir apoyo si el dinero llega cargado de sospecha?
¿De qué sirve prometer bienestar si el costo será la desconfianza?
El dinero puede ser nuevo, pero el truco es viejo: repartir efectivo antes de elecciones, mientras se predica honestidad.
Los 20 mil pesos entregados en Poza Rica y Álamo no fueron solo un acto de asistencia: fueron un espejo del poder, reflejando lo que el régimen intenta ocultar.
Detrás de cada billete flamante hay una pregunta sin respuesta, un sello invisible, un eco que grita desde el papel:
¿Quién los imprimió, con qué autorización y con qué fin?
Si el gobierno quiere acallar las dudas, solo hay una forma: mostrar los documentos, los oficios, las órdenes de transferencia, la cadena de custodia del efectivo.
De lo contrario, estos apoyos quedarán marcados como lo que parecen: dinero que huele a imprenta, no a presupuesto.
En Veracruz, los billetes nuevos no trajeron alivio.
Trajeron una certeza:
el dinero sin transparencia vale lo mismo que la palabra de quien lo reparte.
Y ambas, hoy, valen menos que un peso viejo.
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