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Poza Rica, un mes después de la inundación

Por Marco Antonio Palmero Alpirez

Este 10 de noviembre se cumple un mes de la inundación, y la recordamos desde la mirada de quien la vivió en carne propia, nadando entre calles convertidas en ríos y transmitiendo la tragedia al mundo.

Eran las 5:23 de la mañana del 10 de octubre cuando los arroyos de Poza Rica en Garibaldi parecían haber olvidado cómo fluir. El agua estaba quieta, pero cargada de fuerza, como un gigante dormido conteniendo el aliento antes de despertar.

A las 5:45, el río Cazones rompió sus límites. Primero la colonia Morelos, sector La Quebradora; luego Las Granjas, Ignacio de la Llave, Gaviotas y Fraccionamiento La Florida. Después, Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho y otras colonias que parecían dormidas: México, 27 de Septiembre, Ricardo Flores Magón, La Floresta, Palma Sola, Los Laureles y Magisterio. El agua avanzaba sin pedir permiso, arrastrando calles, patios, autos, recuerdos y la sensación de normalidad.

En cuestión de horas, el río subió de 4.50 metros a 7 y luego a 8. Algunos vecinos habían sido advertidos por las anegaciones del día anterior; otros confiaban en la memoria de los cauces, pero nada podía detener la furia repentina de la naturaleza.

Tomé mi celular y me lancé a las calles convertidas en ríos. Nadé en el agua cargada de lodo, pesada y pegajosa, que hacía cada brazada un esfuerzo agotador. El lodo parecía resistirse a dejarme avanzar, como si la tierra misma quisiera retener la memoria de la inundación. Transmití cada momento, registrando la fuerza del agua y la devastación que se extendía por la ciudad.

No vi cuerpos flotando, pero los relatos de vecinos y conocidos contaban tragedias que otros presenciaron. Historias de personas atrapadas, techos como refugios improvisados, noches sin luz ni alimento, y la zozobra que recorría cada calle, cada callejón, como un viento frío recordando que nada volvería a ser igual.

La ayuda del gobierno tardó en llegar; apareció hasta el tercer día. Pero la solidaridad humana no tardó: vecinos, desconocidos, personas de otros municipios, estados e incluso países se convirtieron en brazos que levantaron casas, entregaron alimentos y sostuvieron corazones. Algunos vinieron con corazón genuino; otros con cámaras y curiosidad. Pero la fuerza que levantó a Poza Rica fue más fuerte que el agua misma, más poderosa que la desesperanza.

Con los días, los relatos de los damnificados se multiplicaron en albergues, plazas y calles. Cada testimonio, cada historia compartida, reconstruía no solo la memoria de la tragedia, sino la fuerza y la resiliencia de quienes vivieron la inundación. Poza Rica dejó de ser calles y casas; se convirtió en la voz de sus habitantes, en la memoria que circulaba entre los charcos, el lodo y las paredes humedecidas.

Hoy, 10 de noviembre de 2025, un mes después, las calles están despejadas, aunque la ciudad aún lleva cicatrices visibles e invisibles. Poza Rica no está al cien por ciento, pero late con fuerza renovada. La inundación nos enseñó que lo que sostiene a una ciudad no es solo el concreto ni los edificios, sino la voluntad, la solidaridad y el corazón de quienes la habitan.

Poza Rica somos todos: los que sufrieron, los que ayudaron, y quienes, desde lejos, enviaron su apoyo. La ciudad se levanta del lodo, del agua y del miedo. Y hoy, un mes después, late más fuerte, más unida y más viva que nunca.


Por: Marco Antonio Palmero Alpirez

Reportaje Veracruzano

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