Colonia Morelos: Poza Rica todavía respira lodo y dolor a trece días del desbordamiento del río Cazones

A tan solo trescientos metros del río Cazones, donde el agua enfurecida rompió su cauce y cubrió más de veinte colonias con una marea de lodo y desesperanza, la colonia Morelos sigue atrapada en el eco de la tragedia. Trece días después del desastre, el aire aún huele a fango, a podredumbre y a pérdida.
En las primeras cuadras de la calle Pozo 174, el panorama parece menos cruel: hay paso, los montones de basura son menores y sobre el suelo ennegrecido se ha esparcido cal para contener los malos olores. Pero bastan unos metros más para descubrir el otro rostro, el que los noticieros ya dejaron de mostrar: calles cubiertas por toneladas de desechos, muebles inservibles, animales muertos y un hedor que penetra hasta los huesos.
Aquí, la gente no se rinde. Los vecinos limpian sin descanso, paleando lodo, levantando lo que queda de sus casas, ayudándose unos a otros. El sol golpea con fuerza, y su calor, junto al trabajo de marinos, soldados y voluntarios, seca el fango y multiplica la esperanza. Sin embargo, cada paso hacia la recuperación es lento, casi doloroso, porque el desastre no se mide solo en metros de agua o kilos de basura: se mide en historias perdidas, en fotografías empapadas, en noches de desvelo y en un silencio que pesa tanto como la humedad.
El olor del desastre sigue impregnado en todo. A veces llega el viento y parece traer de vuelta la memoria del río que se desbordó con furia, arrasando patios, cocinas, recuerdos. La población vecina trabaja en su propio rescate, mientras los apoyos —civiles y oficiales— llegan con cuentagotas. Hay comida, hay agua potable, pero lo que falta es tiempo… y certeza.
A trece días, la colonia Morelos reclama no ser olvidada. Reclama atención más allá del discurso, exige acompañamiento real, presencia continua. Porque después de la limpieza viene lo más difícil: la reconstrucción, la etapa en la que el gobierno suele desaparecer y la gente queda sola frente a los escombros.
“Esto no se acaba cuando se seca el lodo”, dice una vecina, mientras barre la entrada de su casa. “Falta que nos devuelvan el camino, las calles, la vida.”
En Morelos, Poza Rica, el dolor no se ha ido. Solo cambió de forma: ahora camina entre botas de hule, escobas, cubetas y manos que se niegan a dejar que la tragedia se convierta en olvido.
Redacción Reportaje Veracruzano