LA 4T COMIENZA A ELIMINAR A SUS INCÓMODOS: EL SILENCIO DE LAS BALAS CONTRA CARLOS MANZO

Crónica de un país que se desangra mientras el poder mira hacia otro lado
Por: Reportaje Veracruzano
El aire olía a cera derretida y a miedo. Las luces del Festival de las Velas apenas alcanzaban a dibujar las sombras de cientos de familias que reían, tomaban fotos, celebraban la vida… hasta que la muerte irrumpió.
Seis detonaciones.
Un grito ahogado.
Y el cuerpo del alcalde Carlos Manzo Rodríguez cayendo entre las llamas titilantes de un altar.
Así comenzó la noche más oscura de Uruapan. Una noche que no sólo se llevó a un hombre, sino que dejó al descubierto la grieta más profunda del México actual: la guerra silenciosa contra los que incomodan al poder.
El crimen que el Estado no vio venir… o no quiso ver
Eran las 9:40 de la noche del 1 de noviembre. Manzo caminaba sin escoltas visibles, como solía hacerlo, rodeado de niños que le pedían fotos. “Así debe gobernarse —decía siempre—, entre la gente, no detrás de vidrios polarizados”.
Entonces llegaron ellos: dos hombres, rostro cubierto, pistolas en mano. Dispararon a quemarropa. Tres balas bastaron para silenciar al primer alcalde independiente de la historia de Uruapan.
Uno de los agresores cayó abatido por los escoltas; otro fue detenido. Pero el daño estaba hecho: Carlos Manzo agonizaba, y con él, una esperanza de gobierno honesto y valiente.
La voz que incomodaba
Carlos Manzo no era un político cualquiera. Fue diputado de Morena, pero su conciencia no cabía en la obediencia. Denunció la ineficacia federal en seguridad, la complicidad del Estado con los cárteles, la farsa de los abrazos.
“Al delincuente armado no se le abraza, se le enfrenta”, había dicho en agosto, sabiendo que esa frase le costaría caro.
Recibió amenazas, pidió ayuda, y el gobierno —como tantos otros— respondió con silencio.
En septiembre lanzó un grito desesperado: “No quiero ser parte de la lista de alcaldes ejecutados.”
Un mes después, se convirtió en el siguiente nombre de esa lista.
México, laboratorio de miedo
El asesinato de Manzo no es un caso aislado; es un patrón político. Alcaldes, candidatos, periodistas… todos mueren bajo un mismo signo: el de la impunidad.
La Cuarta Transformación prometió un país distinto, pero hoy las balas suenan igual que antes —quizá más cerca—, y los enemigos del régimen se apagan uno a uno bajo pretextos de “crimen organizado”, “ajuste de cuentas” o “confusión”.
¿Pero quién confunde a un alcalde en pleno evento público, frente a niños, cámaras y luces?
No fue una confusión. Fue un mensaje.
Y el mensaje fue claro: quien se atreva a desafiar la narrativa oficial pagará con su vida.
El eco de un pueblo herido
Esa noche, las velas siguieron encendidas. No ya por la festividad, sino por duelo. Mujeres lloraban, niños preguntaban “¿por qué mataron al presidente?”, y un silencio espeso cubría la Plaza de los Mártires.
Uruapan se convirtió en espejo del país: una nación que vela a sus valientes mientras aplaude discursos vacíos en Palacio Nacional.
El gobernador de Michoacán condenó el atentado; el gabinete federal prometió “investigaciones a fondo”.
Pero los mexicanos ya conocemos ese guion: carpeta abierta, indignación en redes, olvido en tres días.
El hombre del sombrero
A Manzo lo apodaban “El del Sombrero”. No porque fuera un personaje folclórico, sino porque lo llevaba como bandera, símbolo de dignidad rural y resistencia civil. Caminaba las calles, saludaba a todos.
No era perfecto, pero era valiente, y eso basta para ser peligroso en un país donde el valor se castiga con muerte.
“Si un policía arriesga su vida por el pueblo, merece más que una medalla”, decía. “Merece respaldo.”
Esa era su guerra: no contra un partido, sino contra la cobardía institucional.
De la crónica al llamado
México está de luto, pero más que luto necesita despertar.
Cada muerte como la de Carlos Manzo nos deja una elección: callar o rebelarnos.
El silencio nos convierte en cómplices; la memoria, en resistencia.
Porque a Carlos Manzo lo mataron por ser incómodo.
Porque en este país, ser honesto es un acto de rebeldía.
Porque las velas del Día de Muertos se apagaron con el viento de las balas.
Y porque no queremos minutos de silencio: queremos años de justicia.
Hoy, México necesita más hombres como él… y menos gobiernos que teman a la verdad.
Descansa en paz, Carlos Manzo.
Que tu nombre no sea epitafio, sino advertencia.
Que tu muerte no sea final, sino comienzo.
“Viva Carlos Manzo, viva el del sombrero.
Que su voz siga resonando hasta que este país despierte.”



