Morena Veracruz: de la hegemonía al naufragio interno, la 4T hecha pedazos

El espejismo de la invencibilidad de Morena en Veracruz terminó. La elección municipal de 2025 fue la primera llamada de alerta: el partido que presumía “arrasos históricos” perdió 16 municipios respecto a 2021, cayó en plazas estratégicas como Poza Rica y Orizaba, y mostró que sin muletas como el PVEM su votación solitaria es raquítica —apenas un 3.8%—. Pero el verdadero terremoto no fue electoral, sino interno: Morena en Veracruz se devora a sí mismo.
Lo que hoy ocurre es una guerra intestina que exhibe el ADN de un partido que, lejos de consolidar un proyecto social, se transformó en un botín en disputa. De un lado, Manuel Huerta Ladrón de Guevara, histórico militante de izquierda que se ostenta como guardián de las “esencias fundacionales”; del otro, Esteban Ramírez Zepeta, operador de Rocío Nahle y heredero del aparato clientelar de Cuitláhuac García. En el medio, una gobernadora debilitada, cuya “conciliación” no logra ocultar el hedor del divisionismo, la corrupción y el nepotismo.
El retroceso disfrazado de triunfo
Morena y sus voceros intentan maquillar los números: se adjudican 71 municipios, como si la coalición con el Verde no fuera un pacto de conveniencia para sobrevivir. La realidad es que Movimiento Ciudadano les arrebató el papel de segunda fuerza con 41 alcaldías, el PAN recuperó oxígeno con 34, y hasta el PRI, considerado cadáver político, se levantó con 23. Morena perdió no solo gobiernos municipales, perdió narrativa. La gente dejó de creer en el discurso de “transformación” cuando lo que percibe es soberbia, violencia política y una burocracia que se aferra a padrones de programas sociales para simular cercanía con el pueblo.
En Papantla, además, se consumó una jugada truculenta: todo apuntaba a que Movimiento Ciudadano tenía ventaja, pero Morena operó con artimañas para quedarse con la alcaldía, imponiendo el sello del fraude disfrazado de “voluntad popular”. Esa herida, lejos de cerrar, profundizó el repudio ciudadano contra un partido que ya no sabe competir limpiamente.
Huerta vs. Zepeta: la hoguera en casa
Lo más letal es lo que ocurre dentro. Huerta acusa a Zepeta de nepotismo, corrupción y de manipular candidaturas al servicio de clanes políticos; Zepeta responde acusando a Huerta de traición, de operar con MC en Poza Rica y hasta de tejer pactos con los Yunes. Mientras tanto, las bases morenistas observan con estupor cómo los “compañeros de lucha” se acusan mutuamente de lo mismo que decían combatir: corrupción, traiciones, y pactos inconfesables.
La confrontación llegó a niveles grotescos: protestas en el informe de Huerta con acusaciones de acoso y violación —no probadas judicialmente, pero utilizadas como arma política—, marchas organizadas para exigir su renuncia, y una dirigencia estatal atornillada hasta 2027 gracias a la complacencia nacional. En lugar de unidad, Morena ofrece un espectáculo de canibalismo político.
Poza Rica, la obsesión perdida
El caso más evidente del desespero morenista es Poza Rica. Tras perder la elección frente a Emilio Olvera, hoy alcalde electo por Movimiento Ciudadano, la cúpula de Morena no acepta la derrota y pretende arrebatarle la voluntad ciudadana vía tribunales, con la intención de imponer a Adanely Rodríguez Rodríguez como presidenta municipal. El mensaje es brutal: si no ganan en las urnas, buscan ganar a la mala, pasando por encima del voto popular y evidenciando que la “transformación” es solo un disfraz de autoritarismo electoral.
Nahle, atrapada en su propio laberinto
La gobernadora Rocío Nahle juega a la equilibrista. No confronta de frente a Huerta, pero lo deja cercado por su gente. No respalda plenamente a Zepeta, pero lo mantiene como pieza útil. En el discurso habla de “respetar la voluntad ciudadana”, pero en la práctica se refugia en programas como las “camionetitas de la salud” para tapar los huecos de un gobierno que ya empezó a decepcionar. Lo cierto es que Nahle llega debilitada a apenas un año de gestión: perdió municipios, perdió aliados como el PT (que creció a 28 alcaldías sin Morena) y perdió la narrativa de liderazgo.
El futuro: 2030 en disputa
En el fondo, toda esta guerra tiene un nombre: la sucesión de 2030. Manuel Huerta ya se perfila como candidato de una izquierda “auténtica”, mientras que Zepeta y el bloque nahlista pretenden mantener la continuidad del aparato. Pero con un Morena fracturado, con MC y el PAN creciendo, y con una ciudadanía harta de pleitos internos, no hay garantía de que la 4T sobreviva en Veracruz.
Lo que queda claro es que Morena en Veracruz dejó de ser un movimiento para convertirse en un feudo de facciones. Mientras sus dirigentes se despedazan en público, la violencia política se recrudece, los resultados electorales se judicializan, y la sociedad observa con cansancio cómo las promesas de cambio fueron reemplazadas por los mismos vicios de siempre: soberbia, nepotismo, corrupción y traiciones.
La “transformación” en Veracruz no se desmorona por culpa de la oposición: se derrumba porque Morena se carcome a sí mismo y porque ahora, incapaz de aceptar su derrota en Poza Rica, busca robar lo que no ganó en las urnas, tal como ya lo hizo con artimañas en Papantla.
Columna Reportaje Veracruzano