TEXISTEPEC: SILENCIO INFAME Y DESPRECIO OFICIAL A LAS VÍCTIMAS “MENORES” DE UNA MASACRE POLÍTICA

| Reportaje Veracruzano
En el corazón lacerado de Texistepec, el estruendo de las sirenas no fue suficiente para tapar el hedor de la indiferencia. Mientras el excomandante Miguel Ángel Navarro Lechuga —»El Chacha», «El Lechuguita»— era despedido con honores, pase de lista, escoltas y toda la parafernalia del reconocimiento oficial, otros féretros avanzaban en silencio, envueltos apenas en el llanto discreto de sus familias, sin una sola flor institucional, sin un solo discurso. Y lo peor: sin justicia ni dignidad igualitaria.

Dos funerales, una misma tragedia, y un abismo de olvido.
Marisol Navarro Aquino, hija del excomandante y asistente directa de la presidenta del Concejo Municipal; y Silvestre González Domínguez, empleado del área de limpia pública, fueron enterrados casi en la sombra, víctimas de la misma masacre, pero condenados a una muerte de segunda clase por un sistema político que premia trayectorias, pero desprecia a las personas.

Ambos eran servidores públicos. Ambos murieron cumpliendo funciones dentro de un acto proselitista. Ambos, como Navarro Lechuga, fueron víctimas colaterales de la ejecución política más brutal de este proceso electoral en Veracruz. ¿Por qué entonces no merecieron el mismo trato?
La respuesta es tan obscena como simple: para el poder, no todos los muertos valen lo mismo.
El homenaje anunciado para Marisol —docente, informática, funcionaria— fue cancelado sin explicación. ¿Por qué? ¿Quién ordenó esa omisión? ¿Por qué la presidenta del Concejo, Nancy Leaños Fernández, no se dignó siquiera a asistir al funeral de su colaboradora más cercana? ¿Es esa la altura moral y humana de quien lidera un municipio golpeado por la violencia?
La violencia duele, pero la omisión institucional humilla. En Texistepec se presenció no sólo el asesinato de cinco personas, incluyendo a la candidata de Morena, Yesenia Lara Gutiérrez, sino también la ejecución simbólica de la empatía, la sensibilidad y el respeto a las víctimas que no portaban uniforme, ni mando, ni cargo de poder.

En pleno luto, la política sigue su desfile grotesco.
Mientras los féretros eran enterrados, los partidos ajustaban discursos, reciclaban promesas y movían piezas. Solo uno de los cuatro aspirantes restantes, el priista Bernardo Hernández Uscanga, tuvo el valor cívico de presentarse a los sepelios, incluyendo el de Yesenia Lara en San Lorenzo Tenochtitlán. ¿Dónde estaban los demás candidatos? ¿Dónde los funcionarios de gobierno estatal y federal? ¿Dónde la gobernadora Rocío Nahle? ¿Dónde el partido Morena, que dejó sola hasta en la muerte a su propia candidata?
Texistepec está de luto. Pero más allá del dolor, lo que indigna es el descaro.
Una tragedia de esta magnitud debió unificar, conmover, sacudir las estructuras de poder y detener la maquinaria electoral, al menos por respeto. Pero en Veracruz, la política nunca se detiene. La sangre apenas seca y ya los operadores están buscando cómo llenar el vacío con otro nombre en la boleta.

Las familias entierran a sus muertos. El poder entierra la vergüenza.
Y nosotros, desde esta trinchera periodística, no dejaremos que también se entierre la verdad. Porque mientras haya víctimas ignoradas, silenciadas y despreciadas, será nuestra obligación gritarlo.
Texistepec no necesita homenajes fastuosos. Necesita justicia, dignidad, y memoria sin distinción.